domingo, 1 de julio de 2012

Tópicos de ser viejo y ser joven



Después de leer los comentarios en la entrada de “El atardecer de la vida según Jung”, sigo a vueltas con esto de la edad y lo apropiado en cada etapa. En estos tiempos en que la juventud, como estereotipo,  es el modelo a seguir, la mente colectiva anda muy confundida en esas cosas: se pasa del concepto “juventud” al de “vejez” sin transición, cuando no es así.

¿Cuándo se es viejo?

Hace apenas cuatro o cinco décadas, una persona en el medio siglo de edad era ineludiblemente vieja, o entrando en la senectud….Luego, resulta que esa misma persona ha vivido o vive aún otros treinta o cuarenta años. Años en los que ha vestido como vieja, actuado como vieja y se ha mentalizado de que, desde esa edad aún temprana, empezaba el declive físico  y tocaban los achaques, la calma forzada en las actitudes y actividades y el pensamiento encaminado al desfase social a que se “condena” a los viejos en esta sociedad occidental que exalta los valores- solo- de los treinta primeros años de vida.

Al menos, dentro del error, en esa época existía el tránsito entre los cuarenta y los cincuenta en que uno, o una, era considerado “mediana edad”. Ahora, se llama joven a una persona de treinta y siete, treinta y ocho años, pero… ¡ay!, cumple los cuarenta y empieza a oír que “ya no es joven”, como si eso mermara sus posibilidades.

Dice Emilio Duró- que es un señor que sabe expresar sus opiniones personales de forma tan espontánea y graciosa que ha conseguido hacerlo como motivador profesional- que, el cuerpo humano, estaba hecho para vivir unos cuarenta años. La gente de antaño se casaba siendo preadolescente, vivían juntos un par de décadas y, muchos de ellos, antes de los cincuenta morían por las muchas enfermedades, por los riesgos del entorno o por desgaste físico de trabajos muy duros. El matrimonio, dice Duró, eran veinte años para criar a los hijos…, ahora pueden ser cuarenta años, cincuenta y tantos, con la misma pareja…, por eso no hay matrimonio que lo resista. E, insiste, que por ese motivo hay que elegir bien a la pareja “para toda la vida”, renovar los sentimientos hacia ella, cuidar la relación… ¡o se nos estropea por el camino!

 Hasta el siglo XIX o incluso entrado el XX (antes de ayer),  la gente se moría con sesenta o sesenta y cinco años. Los avances científicos, el ahora zarandeado “estado de bienestar” y la tecnología, nos han permitido extender la esperanza de vida hasta los ochenta y tantos años, de media y, gran parte de esos años, libres de enfermedades limitantes y en plenas facultades mentales y físicas ¿Y se llama vieja a una persona con cuarenta y tantos, cincuenta o sesenta años?


¿Qué cambia cumplir años?, ¿qué cambias tú?

Lo peor, naturalmente, no es cómo se nos llame, según la edad; lo peor es que todos y todas estamos mentalizados para creérnoslo. Los jóvenes creen que existen unos “roles” y un guión ex profeso para sus años, que deben seguir para no “fracasar” en la vida. Estudiar una carrera, viajar mucho, hacer deportes muy activos, trabajar duro, salir de fiesta a menudo, cometer audacias o pequeñas locuras…,todo eso es lo que se “espera” de una persona joven, sea o no sea lo que le apetece, sea o no sea lo que puede hacer en ese momento de su vida.

Por el contrario, los adultos de cierta edad empiezan a pensar como el “programa” colectivo les ha dictado: “No hago tal cosa porque, a mi edad…”, “para cambiar de modo de vida, ya es tarde para mí”, “¡dónde voy, con esos gustos, a mis años!”, son frases que nos decimos a nosotros y nosotras mismas, cuando hace apenas un lustro nos sentíamos capaces y a tiempo de emprender lo que fuera.
¿Y si fuera al contrario, para algunos de nosotros?, ¿y si los sueños que no pudimos cumplir en los primeros años de nuestra vida, pudieran realizarse en la segunda fase de ésta?...o en la tercera.

Ninguno de nosotros puede compararse con sus padres o sus abuelos, a la misma edad. Todos, incluso los que menos se han cuidado, llegamos a la mitad de nuestras vidas infinitamente mejor de lo que ellos estaban y se sentían. Lo único que hay que admitir son las canas (quien las tenga) que la mayoría cubre con efectivos tintes, un poco más de flacidez en la piel, que llevamos un bagaje emocional y mental que adecuar y del que aprender y…, poco más, ese es el cambio, salvo los posibles achaquillos que el descuido o los abusos hayan podido dejarnos de herencia de esos maravillosos y locos años que llamábamos juventud ¿Y qué?, ¿acaso la vida se acaba por eso?


Solo un ejemplo vivo

Louise L. Hay, nacida en 1926, fundó su primera editorial a los sesenta años, después de llevar una vida tormentosa y llena de abusos y malos tratos. El éxito de esa pequeña editorial y sus libros, la han encumbrado como una de las figuras mediáticas de la espiritualidad y  la temática del crecimiento personal, y ha convertido a su editorial, House Hay, en una de las más importantes del sector. Tras superar, hace unas décadas, un grave cáncer diagnosticado como terminal, todavía viaja por todo el mundo desde Estados Unidos varias veces al año, da clases y conferencias, practica el baile, hace yoga, pinta cuadros, y sigue escribiendo, a sus ochenta y seis años.

Louise escribió un libro que dedicó a las mujeres de todas las edades, con la nada despreciable misión de intentar “empoderarlas”, hacerles conscientes de su propio poder de decisión y capacidad individual.  En “El mundo te está esperando”, existe un capítulo que habla de la vejez y en el que dice:

“Cuando observo nuestra actual generación de mujeres mayores veo mucho miedo, mala salud, pobreza, soledad y un sentimiento de resignación ante la «decadencia». Sé que esto no tiene por qué ser así. Se nos ha programado para envejecer de esta manera y lo hemos aceptado. En cuanto sociedad, con pocas excepciones, hemos llegado a creer que todos envejecemos, enfermamos, nos volvemos seniles y frágiles y al final nos morimos, por ese orden. Pero esto ya no tiene por qué ser así para nosotras. Sí, llegará el momento en que muramos, pero las fases de la enfermedad y la senilidad son una opción que no tenemos por qué experimentar.

Ya es hora de que dejemos de aceptar estos miedos. De que anulemos las partes negativas del envejecimiento. Creo que la segunda mitad de la vida puede ser incluso más maravillosa que la primera. Si estamos dispuestas a cambiar nuestra manera de pensar y a aceptar nuevas creencias, podemos hacer de esos años nuestros «años inestimables». Si queremos envejecer bien hemos de tomar la decisión consciente de hacerlo. Buscamos algo más que simplemente aumentar nuestra longevidad. Queremos esperar con ilusión esos años ricos y plenos que nos aguardan. Estos años añadidos a nuestra vida son una pizarra en blanco; lo importante será lo que escribamos en ella.” L.H.

No hay edad, hay vida para hacer o no hacer cosas

Sin avanzar hasta edades más complicadas, me pregunto porqué nos ponemos límites haciendo caso a unos estereotipos cronológicos que nos han inculcado y que quedan demostradamente obsoletos. Consideramos que un señor o señora de mediana edad puede ser mejor presidente de nuestros gobiernos que un joven de veinte años. Y, sin embargo, no creemos que una persona de cuarenta y tantos o cincuenta años pueda empezar de cero y llegar al éxito profesional, financiero o personal, antes de entrar en la ancianidad. Y, ¿sabéis qué?, hay más casos reales exitosos de lo segundo que de lo primero…Y, si no me creéis, mirad los fracasos de nuestros maduros gobernantes y veréis que no es tan difícil.

 Ya está bien de considerar “nuestra época” solo los años mitificados de juventud. Se tenga la edad que se tenga, siempre es “nuestra época” mientras estamos vivos, sanos y dispuestos a aprender, cambiar, asumir y mejorar nuestra vida.


2 comentarios:

  1. Que placer de leerte,dices tantas verdades que experimentos y no soy capaz de digerir pero que tu me aclaras con tus sabias palabras, gracias amiga

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  2. Gracias a tí, amigo, por leerme y por darme tu opinión. Celebro que estemos de acuerdo. Un abrazo y ¡buena vida!

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