viernes, 15 de marzo de 2013

Carta a un hermano del Tercer Mundo






Querido hermano del llamado Tercer Mundo:

Hoy me dirijo a ti para comunicarte que ya no voy a ser más solidaria contigo y con los que, como tú, sufren y mueren de hambre, enfermedades, guerra y miseria,  en esos lejanos países. Con todo dolor y toda vergüenza, tengo que decírtelo. Y no voy a ser solidaria contigo, a través de esas asociaciones no gubernamentales que nos unían y nos comunicaban, tan desinteresada y trabajosamente, porque hoy necesito la pequeña contribución que daba para ti para comer yo y los míos.

Así es, hermano en la pobreza. Mi gobierno, y todos los gobiernos que nos rodean e influyen, espoleados ellos por los intereses de los poderosos que realmente mandan, ordenan y disponen de nuestras vidas y nuestro dinero, han complicado tanto mi existencia y la de mis conciudadanos que tenemos dificultades para trabajar; y por lo tanto, dificultades para salir adelante, para vivir, para mantener a nuestros hijos y a nuestros ancianos…, para el simple y cotidiano acto de comer. Como tú, como vosotros, pobres desheredados; a nosotros también nos están robando nuestra herencia, nuestros derechos como personas. Quieren robarnos nuestra dignidad, por más que luchamos.

¿Qué voy a contarte a ti de injusticias? Tú y los que como tú, millones de vosotros en todo el mundo, sabéis lo que son. Pues, bien, ahora nos toca a nosotros; a los que creíamos tener más, a los que queríamos ayudaros, a los que soñábamos con que levantarais cabeza y se acabara el hambre y el horror. Despertamos de nuestro sueño de comodidad y engaño, y vemos que toda nuestra buena voluntad ha sido tan obviada como nuestro esfuerzo. Y que, con nosotros, caéis vosotros, una vez más.

Lo siento, hermano, lo siento mucho. Escribo esto con el corazón encogido de dolor, pero sé que, en tu infinita paciencia y bondad, lo comprendes. La caridad empieza por uno mismo, dice un adagio cristiano; y si no es así, al menos si es cierto que la necesidad obliga y el instinto de supervivencia  nos impulsa a cuidar de nosotros primero, bien lo sabes tú, a pesar de todo.

Dejo de poder colaborar con todas esas organizaciones humanitarias, esas ONG’s generosas, que os alcanzan un poquito de la ayuda que deseábamos daros personas como yo, millones también. Y, te prevengo, mucho temo que ellas, las asociaciones que velaban por vosotros con su granito de arena en ese mar de injusticia que os ahoga, también se verán imposibilitadas de seguir atendiendo vuestras necesidades, dentro de poco.  Deberá ser así, si deben atender a los que sufrirán y morirán de hambre y miseria en sus propios países, en su propia casa. Porque vamos a necesitarles, si no les necesitamos ya, para saciar nuestra propia hambre, cuidar de nuestros propios enfermos abandonados, y cobijar a nuestros ancianos desvalidos.

Nada puede hacerse para evitarlo, porque los poderosos así lo han decretado. Ya ves, qué mal está este mundo que pretendíamos contribuir a arreglar, desde nuestra humilde y, aún así, privilegiada posición. Este golpe tremendo y cruel nos ha desbordado a todos, y más pronto que tarde nos vamos viendo forzados a mirar por nuestra propia prevalencia, en decrecimiento de la del prójimo – vosotros-  que nos necesita. Nadie mira ni respeta ya los derechos ni los merecimientos, porque esos poderosos de los que te hablo nada saben ni quieren saber de pobreza o de lo que es ver a los propios hijos padecer calamidades. Ellos viven imperturbables,  ignorantes e intocables  en sus burbujas de lujo y poder, en sus paraísos de grandes negocios y grandes placeres, donde la más mínima mota de polvo que enturbie sus insensibles sentidos está desterrada.  Quieren más pobres y más miseria, no entiendo para qué, ni para qué les sirve, pero quién entiende esos egos tan enfermos de locura y avaricia.

Así que, por esa causa ajena,  se acabó la caridad, la solidaridad con los que estáis tan lejos, porque necesitamos ayudarnos a nosotros mismos y entre nosotros mismos.
Este dolor inmenso me hace estallar en llanto; pero las lágrimas no van a solventar nuestros problemas de subsistencia. Lo siento, hermano, aunque sé que estas palabras no pueden llegarte porque ¡qué sabes tú de lecturas, ni de internet, ni de mensajes escritos! Recibías nuestros mensajes de hermandad con ese poco de comida que os enviábamos, ese donativo que mejoraba vuestra chabola, o vuestra salud, o vuestra educación o la de vuestros hijos…Ahora ya ni eso nos une, os tenemos que abandonar, también nosotros. ¡Lo siento tanto, tanto! Perdóname, y di, si puedes, a los tuyos que nos perdonen a todos; es que vuestro Tercer Mundo nos lo están trasladando aquí.